Capítulo 3
EL MIEDO VUELVE A TORKIAM
La noche
brillaba con una luz especial en los bosques Kiar. Apenas se escuchaban los
ruidos de algunos animales tales como búhos, o grillos, pero sí se distinguía
bien el sonido del crujir de ramas y hojas en medio de una hoguera.
Erin se
hallaba contemplando una vision a través de las llamas. Estaba inmersa en la
imagen y su rostro parecía preocupado, a pesar de la belleza inmácula, típica
de los elfos, que éste reflejaba.
–No puedo
creer que vaya a hacerlo. ¡Quiere dejarlos
sin nada, destruirlo todo!
Justo cuando parecía que todo volvía a la
normalidad.
Dos miembros
masculinos de su clan contemplaban inquietos la misma visión.
Uno de ellos
estaba sentado al lado de Erin, su nombre era Riot. Era corpulento, de cabello
claro y largo hasta la espalda, trenzado desde la coronilla hasta abajo. Tenía
los ojos verdes como esmeraldas y sostenía una copa plateada en su mano
izquierda. Con la otra mano, sujetaba a Erin por el hombro con fuerza.
El otro elfo,
Romak, estaba sentado justo en frente de ellos, al otro lado de la hoguera.
Éste era algo menos esbelto, pero de igual altura que el anterior. Con el cabello castaño y a la altura de los
hombros. Era de rasgos marcados y llevaba un zarcillo de plata en una de sus
orejas.
Éste no dibujaba nada de preocupación en su cara,
por el contrario, desprendía una sonrisa algo malévola y segura.
–No veo el
problema aún, Erin. Seguramente es sólo un aviso, o esa arpía de Vermella
quiere hacerse definitivamente con esa baratija, –dijo irónicamente Romak.
–¡¡Shhh!! –repuso Erin indignada ante la
interrupción del elfo, –No tienes ni idea de lo que ésto significa ¿verdad?-.
Erin se puso
en pie, tomó la copa de Riot y vertió su contenido encima de la hoguera. Ésta
desapareció al momento, dejando pequeñas partículas brillantes por el aire, que
el propio viento dispersó enseguida.
–¡Hay que
ponerse en marcha! –dijo Erin. –Al
alba emprenderemos un viaje de aviso y protección a la aldea de Torkiam. ¡Hay
que encontrar esa pulsera!.
–Antes de que
me lo preguntes, Nortem –comenzó a
decir Troiik–, el cielo está bastante encapotado ésta mañana, parece que va a
llover.
Nortem
inclinó su cabeza hacia arriba, poniendo a prueba su tan bien desarrollado
olfato.
–Parece que
si, padre. Es más, me atrevería a decir que va a caer una buena.
El camino a
casa se les hizo muy corto esta vez, Troiik intentó ir lo más rápido posible, y
Nortem no parloteó mucho. Ambos estaban exhaustos. Al llegar a la casa,
aparcaron a toda prisa la carreta en la parte de atrás, en un pequeño establo
que tenían. Soltaron a los caballos y los metieron en sus cuadras
correspondientes, dejándoles agua y comida en unos cubos. Después fueron
vaciando la calabaza poco a poco, y tardaron un buen rato, colocando cada cosa
en su sitio. Las frutas, los vegetales, la carne, el pan..y así hasta el ultimo
producto. Dejaron la calabaza aparte, para trocearla en otro momento y dársela
a los caballos como alimento. Por fin terminaron con las últimas tareas del
día, y se dirigieron hacia la casa. La puerta estaba abierta.
–Espérame
aqui, Nortem –dijo Troiik deteniendo a su hijo con una mano sobre el pecho de
éste.
–¿Qué ocurre
padre? –replicó Nortem intentando entrar.
–Tú hazme
caso y quédate aquí un momento
–volvió a insistir su padre.
–No es
necesario que espere fuera.
Una voz
femenina y angelical sóno desde el interior de la casa.
–Deja pasar
al chico, va a empezar a diluviar de un momento a otro.
–¡Erin! –gritó asombrado Troiik–.
¿Qué estás haciendo aquí?
Troiik dió
una palmadita en el hombro a Nortem, a modo de hacerle entender que pasara, y
éste le siguió.
Erin les hizo
un gesto para que cerraran la puerta, y cuando ésta estuvo cerrada, se levantó
y corrió a dar un fuerte abrazo a Troiik. Duró un momento y Nortem pudo
escuchar el suave susurro de algo que se decían en voz baja.
–¿Nortem?
¡vaya con el apuesto jovencito, cómo has crecido!
La risa de
Erin sonaba como el canto de un ruiseñor enamorado, como una cascada de agua
dulce. Su voz era tan bella...
Nortem se
encontraba inmerso en el sonido de su voz, tratando de descifrar el porqué le
parecía tan familiar.
–¡Nortem!,
¡Nortem, muchacho!, baja ya de la nube, tenemos invitados.
–Si, si,
eh... ¡hola tía Erin! –dijo el
joven tratando de situarse de nuevo en la escena-, ¿Qué tal?
Erin era
hermana de la difunta esposa de Troiik y madre de Nortem. Aunque ella y su clan
tenían relación con los humanos de la villa, no se mezclaban tanto, y de hecho,
hacía ya bastante tiempo que no hacían una visita, pues hasta ahora, todo había
estado en calma. De repente, todo quedó en silencio, sólo se escuchaba el
repiqueteo de la lluvia sobre las tejas de la casa. Llovía mucho. Muchísimo.
Erin encendió la chimenea con sólo un chasquido de sus dedos y diciendo:
–¡Fuego!
–Erin, aquí
no por favor, Nortem...
Troiik no
estaba seguro de cuánta magia élfica había percibido Nortem hasta el momento y
desde que era pequeño, y aún le resultaba algo poco natural de ver e incómodo a
veces. Pero la elfa le ignoró y le hizo una mueca señalando al chico que se
había sentado en el sillón, medio desparramado.
–No estoy
dormido- dijo de repente Nortem–, ¿qué narices es eso que no puedo ver, y
porqué no me contáis de una vez que está pasando aquí y a qué se debe tu
visita, tía Erin?
Nortem se
incorporó y buscó su bastón por el suelo, palpando con sus manos hasta que por
fin lo encontró. Erin al ver de nuevo la
situación de Nortem exclamó:
–¿Todavía?,
¿el chico es ciego? –no estaba muy
contenta mientras hablaba–.
Troiik, a mi hermana...
–¡ERIN! –gritó enfurecido Troiik.
–A
Martyam –prosiguió Erin-, le
hubiera gustado que...
–¡Ya basta!,
tú ganas. Creo que en el fondo tienes razón, Nortem debe saber la verdad. Siento haberselo escondido todos éstos años, sólo intentaba protegerle–.
Troiik miró
hacia abajo, mientras Erin se acercaba a él.
–Y lo has hecho
fenomenal, eres un padre único. ¡El mejor de todos!, pero deberías haber hecho
esto antes, eso es todo. Ahora ve a sentarte junto a Nortem, yo prepararé algo
de té calentito y pondremos las cartas sobre la mesa, de la mejor manera
posible.
–¡Sin magia! –pidió Troiik.
–Sin
magia –contestó dulcemente Erin, y
se dirigió a la cocina a preparar el té. Troiik fue a sentarse al lado de
Nortem, el cual ya estaba tenso y con cara de muy pocos amigos.
–Hijo,
escucha –comenzó a hablar Troiik.
–No quiero escuchar
ninguna monserga, padre –le
interrumpió Nortem–, presiento que aquí hay gato encerrado y que no me va a
gustar nada lo que voy a escuchar–.
Erin entró en
el salón en ese momento, les sirvió a cada uno una taza de té. La tensión en el
ambiente se podia cortar con un cuchillo.
–Bueno,
bueno –comenzó la elfa–, ¿por
donde empezamos?
–¡Por el
principio, por ejemplo!
Nortem estaba
encendido, malhumorado, y muy, muy confuso. Erin se puso en pie, dejando ver su
altura. Era bastante alta. Troiik era alto, pero solo la sacaba un par de
centímetros.
–Mira
muchacho –empezó a balbucear la
elfa, –esto no es fácil, pero asumo la responsabilidad de lo que pueda pasar y
de cómo te lo puedas tomar.
Nortem se
quedó blanco ante éstas palabras.
–Hay muchas cosas
que te corresponden saber por herencia–.
Erin sonaba
ahora algo menos nerviosa.
–¿Herencia?
–preguntó Nortem algo confuso.
–Verás –prosiguió Erin–, quizá te cueste
entender todo lo que voy a contarte, pero he de decir, que todo es cierto, de
principio a fin.
–¿Y bien?
–preguntó Nortem, algo expectante ahora.
–Como bien
sabrás, tienes sangre élfica muchacho. Eres medio humano, medio elfo–.
Erin le
sonrió y le pasó un brazo por el hombro. Nortem suspiró intentando averiguar a
donde iba a llegar aquella conversación que, hasta el momento, no le había
aportado ninguna información nueva.
–Y también
estarás al corriente de la profecía, y que pronto se cumplirá... continuó Erin.
Nortem se pasó una mano por la cabeza, despeinandose aún más, y dijo:
–Más o menos.
Como hace tanto tiempo que no pasa nada por aquí, incluso casi la había
olvidado.
–¡No debes!
–gritó Erin, haciendo sobresaltarse al pobre Nortem.
–No hace
tanto tiempo que murió tu madre, y tampoco deberías dejar la profecía de lado,
Nortem.
–No sé qué
decir...- repuso el joven,
–De momento
no tienes que hacer nada Nortem
–le consoló Erin.
–¿De
momento?, osea que... ¿hay más?-.
Nortem se ponía ahora tenso.
–Para eso he
venido –contestó Erin.
–Hay mucho
más que contar y no hay mucho tiempo. He venido a avisaros de algo que está a
punto de acontecer.
–Pues no te
dejes nada –interrumpió
Nortem, –quiero oirlo todo.
Erin volvió a
sentarse, ésta vez en frente de ellos, y comenzó con la historia.
–Todo se
remonta a cientos de años atrás, Nortem. El pueblo de Torkiam lleva más de
trescientos años dedicado a la agricultura, la ganadería y el comercio al por
menor, de productos caseros. Por mucho tiempo, ha sido un lugar tranquilo, de
gente agradable, trabajadora, humilde...
Eak había provisto
cada detalle para que no nos faltara de nada, el grano, el clima, los animales,
etc. Pero hubo un tiempo oscuro, en el que los habitantes se olvidaron de
agradecer cada día a Eak por la provisión y el sustento que éste les ofrecía.
El bien y el mal siempre han estado confrontados, y siempre lo estarán, así que
de la noche a la mañana, las fuerzas del mal cobraron forma, y me gustaría
decir “humana”, pero aún no hemos descubierto de que se trata.
–¿Se supone
que estamos habando de Vermella, tía Erin? –preguntó Nortem.
Erin le miró
y mirando también a Troiik, que estaba atentamente escuchando la historia,
prosiguió.
–Sí, Nortem.
Es el “ser” supremo de las fuerzas del mal. Tiene todo un ejército a sus pies,
y ahora a vuelto para hacerse un hueco definitivamente.
–¿Qué ha
vuelto?- preguntó algo asustado Nortem. –¿Y qué es lo que quiere?, ¿Nos hará
daño?
Erin se quedó
callada un momento y continuó explicando el motivo de su visita.
–Verás,
Nortem. El pueblo de Torkiam no siempre ha sido manso, humilde y trabajador.
Hubo un pequeño tiempo de necesidad, y les invadió la queja y el miedo, dando
la espalda por completo a Eak. Éste envió a un gran clan de elfos y elfas,
entre los que estábamos tu madre y yo, y...
Erin volvió a
quedarse en silencio unos segundos.
–También
tienes un tío, Nortem.- Nortem dejó caer la taza de té al suelo, con asombro y
perplejidad.
–Se llama
Romak. Es el pequeño, pero no le infravalores. Es muy astuto. Te encantará
conocerle, pero en otro momento, si no te importa–. Nortem asintió, no podía
hacer nada más, sus oídos no hacían más que recibir nueva información cada dos
o tres minutos, así que decidió tomárselo con calma.
–Bien,
pues –continuó diciendo Erin–, Eak
envió a éste clan, para proteger a Torkiam de lo que Vermella había sembrado en
sus corazones. El pueblo de Torkiam contempló con recelo a los nuevos
inquilinos, pero vieron enseguida que eran enviados por Eak, y no tardaron en
aprender a cohexistir.
Aún así,
siempre se han guardado las distancias, y mientras los humanos seguían viviendo
en la villa, nosotros preferimos aguardar en los bosques Kiar. Bueno, todos,
menos alguno... -dijo Erin sonriendo a Troiik, acordándose de la historia de su
hermana y él–. En total somos unos doscientos, cada uno capacitados con dones y
talentos sobrenaturales para uso del bien solamente. Somos como vuestros
ángeles de la guarda.
–No suena tan
mal –replicó Nortem–. Si tenemos
protectores, no puede ir tan mal la cosa, ¿no?
–No es
exactamente así –dijo Erin–.
Hubo un
pequeño incidente para el que no estábamos preparados. Tu madre y yo estábamos
encargadas de proteger la zona del comercio del pueblo, y tu madre quiso ser
una más entre los ciudadanos, para no levantar sospechas. Así que abrió un
puesto de pan, y al poco conoció a tu padre–.
A Troiik se
le escapó una media sonrisa nada más recordar el encuentro.
–Los dos
trabajaban en el negocio del pan, así que decidieron juntar ambos puestos en
uno. Al poco tiempo no pudieron esconder más su amor. Era obvio por todo el
pueblo, y eran jóvenes, tenían más o menos tu edad, de hecho creo que un par de
años menos que tú. El resto del clan intentamos impedir esa boda por encima de
todo, pues traería consecuencias. Después de todo, Nortem, nosotros los elfos,
somos inmortales, pero tu padre no lo es. A pesar de intentar convencerles, el
amor pudo con la situación, así que pasamos a un segundo plan. Llevamos a tu
padre a nuestra base, en los bosques Kiar, y le explicamos todo acerca de
nuestra procedencia, valores, misión en este lugar. Todo. Tardó un tiempo en
asimilarlo, pero se hizo enseguida a nuestra cultura, principios, leyendas y a
ver el uso de la magia por aquí y por allá. Los elfos poseemos una serie de
poderes que van unidos a nuestros dones y talentos, como ya he dicho antes,
sólo para hacer el bien. Si hicieramos algo que va en contra de la buena
voluntad de Eak, nos serían quitados. Yo, por ejemplo puedo crear un escudo de
protección alrededor de los que están cerca, con lo que Vermella no puede
atacarles.
Martyam, por
otra parte, tenía poderes curativos. Tenía un don de sanidad para aquellos que
sufrían discapacidades físicas y mentales.
Nortem se
levantó de inmediato, algo sobresaltado, y dirigiendose a su padre, le
confrontó:
–Eso no me lo
habías contado. ¿Y por qué no hizo nada por salvarse a ella misma? Y yo...si
ella aún viviese, podría haber sanado mis ojos, ¡ahora podría ver como
cualquier otro!
Troiik le
cogió del brazo para que se sentara y se calmara.
–Nortem, tu
madre hizo todo lo que pudo pero... –en ese momento, Erin volvió a ponerse en
pie y dirigiéndose con la mirada a Nortem, le dijo:
–Vermella
conocía de un preciado regalo que Eak le había hecho a Martyam, para poder
utilizar su don de sanidad. Una pulsera. Una joya humilde pero de inigualable
valor, que aunque fabricada en bronce, para no llamar mucho la atención, tenía
el deber de sanar a todo aquel que la llevaba puesta, curando así cualquier
herida, pequeña o grande, defecto o discapacidad física. El problema fue, que
cuando Vermella vino a Torkiam para atacar a la aldea, tu madre y yo salimos a
su encuentro para proteger al pueblo, y antes de que yo pudiera crear mi escudo
de protección sobre las dos, Vermella divisó la pulsera en el antebrazo de
Martyam, y se lanzó sobre ella, dejándola tirada en el suelo, sin vida. Todo
fue muy rápido, apenas pude reaccionar, pero cuando me agaché para levantar a
tu madre del suelo, la pulsera ya no estaba en su brazo. Había desaparecido,
Vermella se la había quitado.
Martyam yacía
en el suelo, sin respiración ya, pero su vientre latía todavía con fuerza, asi
que comprendí que no era demasiado tarde para salvarte, Nortem.
Anuncié
deprisa a mis guerreros que apresaran a Vermella, y mientras ella forcejeaba
con dos de mis hombres, con una caja roja en la mano, donde se supone guardaría
la pulsera y se la llevaría consigo. Se le calleron ambas, la pulsera y la
caja. Yo me quedé con la primera sin que ella se diera cuenta, y dejé la caja
en el suelo. Rápidamente, uno de sus “hombres” la cogió y se la entregó de nuevo
a Vermella, quien la hizo desaparecer con un conjuro, y al momento se marchó
triunfante. No ha vuelto por aquí desde entonces. Pero la pulsera estaba en
nuestro poder otra vez y ella no lo sabía.
Hice todo
cuanto pude por salvarte, y con la ayuda de Eak, y de Riot, el elfo
especializado en medicina natural, pudimos sacarte sano y salvo.
Nortem estaba
con la cara llena de lágrimas, y con una mano, rascándose la nuca. Pensativo y
confuso a la vez. Acababa de conocer la verdadera historia de su nacimiento, y
de la muerte de su madre. Troiik tenía los ojos chispeantes.. Se puso también
en pie, y sujetando las dos manos de Erin, que estaba traspuesta, la miró a los
ojos y, casi sabiendo la respuesta, le preguntó:
–Erin, ¿qué
fue de la pulsera?
La elfa
estaba algo nerviosa pero no tardó en reaccionar y respondió:
–La escondí
aquí, en tu casa, Troiik–. Antes de que su cuñado pudiera seguir hablando, ella
prosiguió -Cuando ví que no se
podia hacer nada por Martyam, corrí a tu casa con el niño en brazos a ver si
estabas bien. Tu dormías plácidamente en tu cama. Coloqué a Nortem en su
cunita, y esperé a que te despertaras para contarte la trágica historia.
–Sí, de eso
me acuerdo perfectamente... -afirmó Troiik, algo triste.
–Decidí
esconder la pulsera en un lugar seguro en esa habitación, pues desprendía mucha
paz, y estaba segura de que Vermella no sospecharía, puesto que no sabía
siquiera que Martyam estaba casada.
–Erin –volvió a decir Troiik, esta vez
sujetándola por los hombros y a punto de sacudirla.
–¿Me estás
diciendo que la pulsera, una pulsera con poderes curativos, que pertenecía a mi
mujer, ha estado aquí escondida todos estos años, a sabiendas de que Nortem
podía haber sido sanado, prácticamente desde que era un bebé?
Nortem estaba
agotado, quería terminar de escuchar toda su historia, pero por otra parte no
podía más con su alma. Llevaban todo el día hablando, ya casi se escondía el
sol, y ni siquiera habían comido.
–No, Troiik.
Hay un momento y lugar para todo. No podíamos exponer la pulsera así por así,
pues ella la percibiría y volvería otra vez a buscarla.
–¡Dime dónde
está la pulsera, Erin!
–demandó Troiik.
–Antes
deberíamos comer y descansar un poco. Hazme caso, te la mostraré mañana por la
mañana y procederemos al cambio.
Nortem dió un salto y se puso en pie,
–¿De verdad
me vas a curar mañana tía Erin? –Troiik
parecía hacerle la misma pregunta con la mirada, así que Erin no tuvo más
remedio que contestar a su ansioso cuñado y su agotado sobrino.
–Creo –empezó Erin –que después de todo, ya
ha llegado la hora de que puedas disfrutar del placer de poder ver, como todos
nosotros. Sólo hay una pequeña cosa –Erin se silenció por un momento, y
continuó:
–Al ser mitad
humano, mitad elfo, no sabemos cómo se repondrá tu vista, es decir, si acabarás
viendo como un humano, lo cual es una visión mucho más limitada que la nuestra,
o tus ojos tendrán la capacidad ilimitada de la vision élfica.
–Si te digo
la verdad, tía Erin –repuso
Nortem –me es indiferente, no
estoy en posición de elegir el grado visual de mis ojos. ¡Solo deseo ver!.
Troiik le
pasó un brazo por el hombro a su hijo, y ya más relajados, aunque aún en estado
de asombro, decidieron dejar ahí la conversación y dirigirse a la cocina a
peparar algo de cena. El resto de la velada, sólo se limitaron a hablar de
cosas más triviales, en un aire más tranquilo, y de vez en cuando soltaban
alguna broma, acerca de cómo Nortem reaccionaba de pequeño ante cosas como la
comida, sus juguetes, etc.
Esa noche,
Troiik y Nortem se fueron a la cama enseguida. Troiik no podia dejar de pensar
que aquella pulsera estaba escondida en algún recoveco de su dormitorio, entre
el techo y el entablillado del suelo. Erin, por el contrario, se quedó
despierta y velando por aquella casa.
Sentada en el
tejado, la lluvia había cesado, pero el cielo aún continuaba cerrado y de un
color aterrador.
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